Cómo se le quedaría el cuerpo a mi jefe si aprovechándome de mi indudable genialidad en el desarrollo de mis funciones, me pasara, como diría José María García, por el arco de mis caprichos, sus instrucciones profesionales.
La polémica este fin de semana desatada a raíz de la actitud de Vettel en el GP de Malasia va a durar más de lo habitual ya que tres semanas de espera hasta la próxima carrera en China se hacen muy largas. Han sido muchas voces las que se han escuchado, algunas lógicamente interesadas. Desde el ex piloto John Watson que le pide a Red Bull que se dispare en una pierna o lo que es lo mismo que castigue a Vettel sin correr en China a Flavio Briatore, ese del que decía Max Mosley que si le daban doscientos millones, apartaría cien y sería capaz de ganar un campeonato con los otros cien, que pone en duda la capacidad de Christian Horner para dominar el equipo, utilizando en este caso los atributos masculinos y la testosterona como cualidad necesaria para dirigir un equipo. Supongo que no la afectará en absoluto ser el manager de Webber para hacer pública esta opinión.
Ahora toca esperar. A final de temporada, el análisis simplista nos mostrará quién tenía razón. Si los siete puntos de más obtenidos por el alemán saltándose las órdenes de equipo sirven para ganar el campeonato, la fortuna habrá jugado a favor de Vettel y su rebeldía puede verse recompensada pero creo que antes pueden darse otras circunstancias.
La temporada pasada, Vettel se adjudicó el campeonato por solo tres puntos, su compañero Webber sumó ciento setenta y nueve. Son muchos puntos los del australiano que tengo la impresión de que se cobrará la humillación y que puede tener en su mano en algún momento de la temporada, hacer una defensa numantina de la posición o por el contrario, poner un mapa conservador de motor y dejar pasar sin jugarse el físico a algún piloto inconveniente para las aspiraciones de su compañero.
Algunos apuntan a que Webber puede acabar en Ferrari en el 2014. Si fuese así la venganza sería terrible. Podemos ver a un Red Bull casi convertido en Toro Rosso si llega el momento de sujetar a un Ferrari jugándose el campeonato y un enemigo futuro que se llevará seguramente las alas consigo para esperar su momento.
Estoy a favor de las órdenes de equipo como no puede ser de otra forma. Porque se trata de un deporte de equipo. Un equipo que puede firmar un contrato a Hamilton de unos 75 millones de euros por tres temporadas debe tener alguna capacidad de decidir sobre su estrategia, ¿no? Eso no significa que ésta nos guste siempre. Como no le gustó a Barrichello, a Massa, al propio Webber, a Alguersuari o a tantos otros anteriormente.
Los enfrentamientos abiertos entre los pilotos de un mismo equipo han sido una constante y son consustanciales a la competición. Reutemann y Alan Jones, Villeneuve y Pironi, Piquet y Mansell, Senna y prost, Alonso y Hamilton,… Todos ellos confirman el dicho de que tu primer enemigo a batir es tu compañero de equipo. Es ahí, en esa lucha, donde se deciden las futuras tácticas, donde el equipo decide quién es su piloto número uno y cómo trabajar para que además lo sea en el campeonato.
Supongo que Florentino Pérez y Mourinho, responsables de la contratación de Cristiano Ronaldo, deben tener algo que decir sobre si debe o no jugar y en qué puesto. Sería cuando menos chocante que Ronaldo o Messi, respaldados por sus victorias, botas de oro, copas de Europa,… decidiesen unilateralmente cambiar su posición con la del portero en un momento determinado, por ejemplo en la tanda de penaltis. Claro, si les sale bien y se gana el partido las alabanzas de los tifosi de cada uno de los personajes pueden ser de cuidado pero no apostaría yo por eso ni el sueldo que cobro por esta columna.
La película ochentera que convirtió en chico de moda a Tom Cruise, “Top Gun”, también arrancaba con el alarde de valentía de otro piloto y escuché una de esas frases que conviertes en muletilla propia: “Su ego extiende cheques que su cartera no puede pagar”.
A Hamilton, que no quiso respetar estas instrucciones con Alonso como compañero, este fin de semana se avergonzaba de haberse beneficiado de ellas. Vettel las ignoraba y Webber, tantas veces escudero del tricampeón, sufría en la pista, en directo, ante millones de espectadores, una humillación que no merece.
Yo, por si acaso, voy a ver cómo acaba esto antes de decidir si merece o no la pena seguir las indicaciones de la supuesta jefatura. Cuando hablamos de carreras, mi jefe está de acuerdo con la actitud de Vettel, pero no tengo garantías suficientes de que aceptase del mismo grado una sublevación de un asalariado en su equipo. ¿Quizá el derecho se adquiere con el montante de la nómina? Por ahora, mantendré la dura y firme respuesta de “Sí, señor” después de sus instrucciones.
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