Hace tiempo leí una reflexión que me gustó tanto que reconozco, he hecho casi mía. Y como adoptar no es copiar, me atrevo a reproducir en su esencia:
"Una discusión finaliza cuando una de las partes lleva la opinión contraria a compararla por analogía con el nazismo y/o con su líder. En ese momento se acaba la discusión por inanición y pierde el combate dialéctico el autor de dicha comparación"
Está en plena vorágine las críticas vertidas contra el programa de Telecinco "La Noria", por invitar, previo pago, a la madre de un condenado por encubridor de asesinato.
Su presentador, adalid de la democracia y libertad de expresión, no se caracteriza por ser un buen encajador de las críticas. Ya en febrero de este mismo año, le dedicó via twitter una lindeza a una usuaria que criticaba su enfrentamiento con el canal Intereconomía.
En esta ocasión ha optado por todo tipo de sólidos argumentos: que ya lo habían hecho otros, que había que profundizar en la noticia, la libertad de expresión, confabulaciones del resto de cadenas para derrotar al líder, ...
Hubo momentos en los que casi dudé y pensé que quizá estaba haciendo una torticera lectura de la realidad, pero entonces surgió la versión local del argumento del nazismo.
Ahí estaba el presentador, apelando al franquismo para hacer una analogía con las críticas que habían recibido. Y entonces me di cuenta de que no estaba errado (sin "h"), que los defensores a ultranza de la disección en directo de la vida, escrutadores de instituciones, personas, empresas e incluso intenciones, no aguantan muy bien el uso de esta libertad por parte de los demás, ni siquiera de sus clientes.
Todo empezó por la crítica del periodista Pablo Herreros en su blog, continuó por el apoyo de un gran número de espectadores que utilizando el sistema que han alabado incluso como método para prender la mecha y derrotar gobiernos (protesta pacífica y organizada a través de los social media) y terminó en el miedo por parte de los anunciantes a que se les identificase con el contenido del programa.
Esta semana, La Noria ha adoptado una posición más inteligente, ni una palabra de la polémica. Hoy los medios publican que en apenas las dos emisiones desde la desafortunada entrevista, el programa ha perdido dos tercios de los anunciantes, en todos los aspectos, en número y en ocupación publicitaria. Seguramente las cifras de inversión perdidas serán incluso superiores. También en la tele funciona la ley de la oferta y la demanda.
Mucho me temo que no será el error, sino la soberbia quien se lleve por delante el programa.
Su activismo en favor de la libertad, su labor social, su defensa de la democracia, tendrán un peso relativo cuando la máquina de Telecinco haga cuentas de lo costoso que es mantener un programa tan imprescindible desde el punto de vista social que ha escupido en la cara a sus clientes. Y quizá entonces, mareas humanas salgan a la calle ante la pérdida de su referente moral para pedir que se repongan todos los programas, que se proyecten en los colegios, que se declaren sus contenidos patrimonio de la humanidad, que vuelva a la parrilla... o no.
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