Toda la temporada pasada confiando en la fiabilidad de
Ferrari frente a la competitividad de Red Bull y McLaren para empezar un nuevo
año y encontrarnos con una evidente mejora en las prestaciones del coche rojo
frente al blindaje de la competencia. Cualquiera diría, a la vista de los
últimos encontronazos que tanto Lotus como Red Bull se han preocupado más de
evolucionar la resistencia al choque que al aire. Ya sabemos lo que han estado
haciendo estos dos equipos durante el invierno, desarrollar un sistema mixto de
monoplaza y coche de choque. Tanto la trasera del Red Bull como el frontal del
Lotus están a prueba de golpes. Sobre todo en el caso del Lotus. Durante un
rato en el GP de China, miraba sobre su vertical buscando la percha y la chispa
al rozar con el enmallado metálico que me confirmase que efectivamente, era una
simple evolución de un coche chocón y que lo que sonaba de fondo no era la
radio de los pilotos en contacto con el box, sino el último gran éxito de
Camela.
Cualquiera puede acabar una carrera con los deflectores
delanteros dañados, el morro con un F-Duc casero, … pero nunca con problemas en
la tapa del delco. Y eso parece ser lo que le pasa a Alonso. Estos últimos años
siempre se hablaba que la imprescindible presencia de la electrónica había
llevado a una pérdida de importancia de la mano humana frente al dominio de los
procesadores. Y sin duda esto es verdad. Los boxes están ocupados por
ingenieros que han arrinconado a los mecánicos, los de siempre, los que no se
separaban de la 10/11, la que siempre está desaparecida.
Esto viene a cuento porque esta vez ha sido una pieza
mecánica, no electrónica, la que ha arruinado la carrera de Alonso el pasado
fin de semana. Por eso las altas esferas de Ferrari han puesto en valor el
concepto de calidad total, la que es fruto de aplicarla exhaustivamente en
todos y cada uno de los procesos, desde el inicio, y es que es verdad que una
cadena es tan dura y consistente como lo es su eslabón más débil.
No me voy a poner a favor de los que aseguran que sin esta
avería, el asturiano habría estado disputando a Vettel la victoria porque creo
a pies juntillas en el chascarrillo de que si mi abuela tuviera ruedas, sería
una bicicleta. Si no hubiese fallado esta pieza, Alonso habría estado en otras
luchas, los demás hubiesen actualizado sus estrategias al panorama real y en
definitiva la carrera hubiese sido otra.
Por eso desde aquí quiero romper una lanza a favor de los
mecánicos, de los de siempre, los de pantalón con peto para guardar ese trapo
de filamentos que frotaban mientras ponían todos sus sentidos para determinar
si ese sonido raro que solo ellos detectaban era de un fallo en la tapa del
delco o procedía más bien de la trócola de dirección. Nada que no pudiera
arreglarse con la fugitiva 10/11, un martillo y a lo sumo una rosca chapa de
calidad, de las ya testadas en algún otro vehículo.
Como Marc Márquez que debió de escuchar en su interior ese
sonido solo perceptible para los elegidos, el que te lleva a levantar el pie o
girar la muñeca hacia el interior para no romper ni la mecánica ni la crisma,
lo segundo lleva siempre aparejado lo primero, y en el momento que empezó a
escuchar el rateo característico preludio del fallo, tomó cartas en el asunto,
ante la duda de si el riesgo era de romper lo primero o lo segundo, homenajeó a
Rossi dejándole espacio en el segundo lugar del cajón pero garantizándose que
él también estaría allí.
Si en Qatar escuchó ese ruido, para la carrera del circuito
de Las Américas se presentó con la revisión previa perfectamente superada. En
esta ocasión o no escuchó el ruido o no quiso hacerlo, el caso es que pasaba
por delante la oportunidad de ser el piloto más joven en ganar la prueba reina
del Campeonato del Mundo de Motociclismo, desbancando a mi ídolo Freddie
Spencer, “Fast Freddie”, y no lo dejó
pasar.
Ahí se plantó, con un pilotaje insultante que todavía debe
escocer a su compañero Dani Pedrosa que quizá no puede sacarse ese peligroso
sonido de su cabeza, lo que le impide conducir con la soltura que le ha llevado
a alcanzar las más altas cotas y que puede terminar pasándole factura si no
consigue convivir con él al más puro estilo John Nash, en cuya vida se basa la
película “Una mente maravillosa” protagonizada por Russell Crowe.
Ver a un orgulloso Marc paseando la bandera española por el circuito
americano, como lo hace Alonso que le lleva incluso impresa en su casco, como
lo hace Nadal, Sergio Ramos, … y tantos otros, me recuerda al orgulloso Senna
paseando su bandera brasileña por lugares en los que la mayoría de sus compatriotas
solo conocían en fotos y que él iba conquistando sin derrotas sangrientas, solo
con admiración y respetoEnlace al artículo en www.elperiodicoextremadura.com