Artículo publicado el 16 de junio de 2013 en "el Periódico Extremadura"
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Peugeot de la edición 2013 y 1988 de la subida a Pikes Peak |
Aunque parezca que va de descubrir quién mató a Laura
Palmer, seguimos con las carreras. En esta ocasión, hacia las nubes …o hacia el
precipicio. Las pruebas en las que entre la gloria y la tragedia apenas pueden
existir diez minutos suelen tener su momento de gloria cuando ésta necesita de
sacrificios para mantener su atractivo, su juventud, su poder de atracción y
acapara minutos en las televisiones.
El próximo 30 de junio se celebra la 91 edición de la subida
Pikes Peak, enclavada en el Pike National Forest de Colorado. Desde
1916, con alguna interrupción como cualquier concurso de baile, la prueba ha
atraído a cientos de pilotos ávidos de bailar con la montaña, de subir los 19.983 metros de
recorrido que te llevan desde los 2.866 metros sobre el nivel del mar, hasta la
llegada a 4.301 metros.
En medio, 156 curvas, 156 pasos, 156 sensaciones encontradas. Con cada una se
incrementa la posibilidad de llegar a la meta, de completar la cartilla de
baile y en paralelo la prima de error. Aquí las primas vuelven a ser un
“familiar” odiado, las parejas con las que no quieres compartir baile. Como la
de riesgo, sus crecidas no nos traen más que quebraderos de cabeza. Cada
serpenteo nos muestra a izquierda o derecha un precipicio que invita a huir de
él a la mayor velocidad posible, hacia la cumbre, hacia el golpe final de la
canción, cuanto más rápido mejor y si es en menos de los poco más de nueve
minutos y cuarenta y seis segundos en los que el año pasado estableció el
record el californiano Rhys Millen, puedes llevarte el título de mejor
bailarín, una banda que podrás lucir al menos hasta el gran baile del año que
viene.
A la vista del
reciente ritmo en el que han caído estos tiempos en los últimos años, ostentar
el record es efímero, grabar tu nombre a fuego en la montaña exigirá superar
las trece victorias de Bobby Unser o volver a vivir la épica y dejar
constancia. Como lo consiguió Ari Vatanen en 1988.
Tras un terrible accidente en el Rallye de Argentina que a
punto estuvo de alejarle de estas fiestas para siempre y después de casi dos
años en el dique seco, regresa a la competición en 1987 para, además de
adjudicarse el París-Dakar con su Peugeot 205, meterse en vena un fallido
intento con la colina americana. Pero el finlandés no iba a conformarse con la experiencia.
El año siguiente vuelve y como el tiempo no pasa en balde, por aquello de
disponer de un mayor maletero, algo muy recomendable en toda prueba de
velocidad que se precie, lo hace pilotando de nuevo un Peugeot, en este caso un
405 T16 y aprovechando que estaba allí y para marcar un record, la grabación de
su participación es el eje del laureado documental “Climb Dance”, que
veinticinco años después y cuando la subida ha perdido para los puristas uno de
sus alicientes ya que ésta no es de gravilla o mixta, sino totalmente
asfaltada, nos muestra al actual político bailando los 156 pasos, en algunos
casos a una mano mientras cortésmente suelta el volante para zafarse del
incómodo invitado, el sol, pareja ideal frente a un esportón de gambas pero
traicionero copiloto de baile cuando la música suena tan cerca del abismo y lo
que buscas es intimidad con tu compañera.
Este año es el turno de Sebastian Loeb, el nueve veces
campeón del mundo de rallies, el que de la mano de Red Bull y enclavado en la
categoría Unlimited, introducida en
1981, sueña con devolver los laureles a Peugeot de 1988 y 1989. La cosa no
pinta mal, los test del pasado fin de semana le colocan como favorito destacado
para adjudicarse la prueba a los mandos del Peugeot 208 T16 de 875 caballos,
casi uno por kilo de peso.
Cuando has demostrado en el campeonato del mundo que eres
capaz de bailar en tierra, asfalto, sobre nieve, agua, … que no te asusta
bailar ningún ritmo, hay que ser yonki para atreverte a hacerlo ahora sobre una
cornisa y al ritmo alocado que te marca un DJ capaz de convencerte que puede
ser excitante bailar a plena luz de día.
Seguramente lo hará con el ritmo inconfundible de Ricky
Martin, utilizando todo el cuerpo para bailar pero como lo hacen los clásicos,
como Gene Kelly, no. Porque solo ellos saben asir a su pareja fuerte, cerca,
porque bailar de lejos no es bailar, mientras
saludan al sol.
Nunca entenderé a estos pilotos, pudiendo bailar de
salón....