Durante años me he sentido un poco perteneciente a una casta apestada. De esos que se dedican a la publicidad (lo del marketing todavía era un concepto no popularizado).
En menor medida, debe ser algo así como declararte piloto (y del Sepla) o controlador aéreo en momentos conflictivos.
En nuestro caso, se nos responsabilizaba del consumismo desmesurado, de la caducidad de los productos, de la generación de modas efímeras, ...
Ahora empiezo a sentirme más como un engranaje de una maquinaria mayor, un peón más o menos cualificado y audaz de una partida en la que nosotros sólo conocíamos (y creíamos) una parte y en la mayoría de los casos, envuelta en bondad, modernidad y desarrollo.
Hace poco disfruté de un reportaje en La 2 (es verdad, hay gente que los ve) que ha tenido cierta repercusión. En el mismo se afirmaba sin paliativos, que los publicistas e ingenieros tan sólo obedecían al criterio de los grandes economistas-industriales (la misma casta que ahora pugna por explicarnos, siempre a posteriori, por qué hemos llegado a este charco y por qué, de nuevo a toro pasado, nuestros esfuerzos por salir de ahí son vanos) que luchaban en pro del desarrollo económico mundial.
Como tengo la impresión de que, como en la fábula, "un escorpión siempre será un escorpión", mi análisis será siempre parcial, desde el punto de vista de alguien dedicado a la comunicación y comercialización, mis dudas se centran en qué pasará con nuestros recuerdos.
¿La excesiva velocidad en la caducidad de los productos nos llevará a que no ocupen ninguna posición en nuestra mente?
¿Nos convertiremos en amnésicos del consumo?
¿Desaparecerán las olas de nostálgicos?
¿Olvidaremos lo que es el vintage?
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